Actualmente, uno de los principales retos relacionados con la pandemia causada por el COVID-19 es la capacidad y necesidad de detección de las personas infectadas. Llevar a cabo pruebas de detección es importante para ayudar a entender y detener la propagación del COVID-19.
COVID-19 se trata de un virus nuevo. La humanidad no presenta inmunidad previa (nunca se ha enfrentado previamente a este virus), que contribuye a que se extienda en la población. En la mayoría de los casos, los infectados presentan una sintomatología leve (semejante a otras patologías, por ejemplo, la gripe común) o son asintomáticos (Shaman y colaboradores, Universidad de Columbia [1]). El hecho de que la mayoría de la población sea asintomática o sintomática leve convierte en un problema seguir la pista del virus, rastrear su epidemiología, para poder identificar la proporción de la población que está infectada y expuesta al virus. Hay que resaltar que una persona infectada puede ser asintomática pero contribuye a propagar el virus.
Las pruebas permiten saber si alguien está infectado. A nivel poblacional, la importancia de las pruebas para la detección del COVID-19 recae en la necesidad de conocer qué proporción de la población está infectada, e identificar la proporción que se encuentra en riesgo. Hacer pruebas es crucial para responder adecuadamente a la pandemia. Las pruebas ayudan a entender cómo se propaga la enfermedad y permiten tomar las medidas apropiadas. El objetivo epidemiológico es ralentizar o aplanar la curva de personas infectadas para posponer muchos de los casos. De esta manera, se evita o reduce el colapso de los recursos sanitarios, hasta obtener una vacuna frente al virus (Figura 1). Asimismo, por medio de la ralentización de los contagios, permitimos que una parte la población se inmunice gradualmente (superando la enfermedad), que junto a una vacuna, será suficiente para que la mayoría de la población esté protegida frente al virus. La información epidemiológica es clave en esta estrategia de aplanamiento, puesto que permite identificar a las personas infectadas y tomar las medidas adecuadas para no poner en riesgo a otras personas. Además, conocer su estado, infectado o no, permiten a la persona acceder atención que necesita y tomar las precauciones necesarias. Si un individuo no sabe que está infectado, puede no quedarse en casa o no llevar a cabo el aislamiento-higiene necesarios, poniendo en riesgo a otras personas y a sus allegados (p. ej., familiares, parejas…).
Otro aspecto, quizás más importante todavía, es permitir al personal de salud identificar a pacientes enfermos de COVID-19, para ayudar a aislarlos e identificar las personas que han estado en contacto con ellos. De esta manera, se pueden activar los protocolos necesarios a nivel de aislamiento tanto en los hogares, como en los hospitales. Al tratarse de una enfermedad infecciosa, los hospitales y centros de asistencia tienen que activar protocolos para proteger al personal de salud y a otros enfermos. Así mismo, el personal de salud y otros trabajadores (p. ej., personal de las funerarias, personal de limpieza…), pueden tomar las precauciones necesarias para reducir su riesgo de exposición y, mediante el uso de pruebas, saber si están infectados. A nivel de los trabajadores, saber si están infectados, permite llevar a cabo una toma de decisiones; un médico infectado no debería estar atendiendo pacientes no infectados. Por último, el conocer que pacientes ya fueron infectados permite adoptar nuevas estrategias de combate. Uno de los posibles tratamientos frente a la enfermedad es la utilización de plasma (componente sanguíneo) de pacientes curados. Actualmente, varios países, incluyéndose México se están planteando su utilización [3]. Pero para localizar a personas curadas se necesita llevar a cabo pruebas de detección.
Desafortunadamente, muchos países todavía no tienen capacidad suficiente para llevar a cabo las pruebas necesarias a una gran parte de la población. A nivel global, muchos gobiernos y compañías están poniendo recursos y esfuerzos en el desarrollo de nuevas pruebas que permitan cubrir la escasez de las mismas. Las pruebas permiten entender cómo se propaga el virus. No es tarde para hacer pruebas, los test pueden hacer una diferencia cuantitativa. El desconocimiento sobre dónde está el virus, por no hacer pruebas, no significa que el virus no esté presente [2]. El modelo seguido por Corea del Sur, basado en hacer un número elevado de pruebas, ha permitido el control de la transmisión.
fuente: https://www.estornuda.me/